domingo, 19 de julio de 2009
11:10
Hicimos tortilla de patatas, ella picaba la cebolla con los ojos llenos de lluvia, yo batía los huevos, la ventana que da al jardín llenaba la cocina de un resplandor de haces de sol, los pinos imponentes nos miraban desde su actitud parsimoniosa, quieta, indolente, ella vestía un vestido de flores con los brazos al aire, su perfume de mujer llena, plena, libre. Su cuello libre de cadenas y de oscuridad. El huevo en el plato hondo se conjugaba con la sal, la patata se freía a fuego lento, tomando ese cariz cocido-frito, si pero no, el perfume del aceite se notaba en el ambiente y de la oliva recién cogida, los cuencos con el tomate, con las berenjenas y con los pepinillos no aguantaban las incursiones de mis dedos ladrones.El huevo ya reposando hacia pequeños circulitos, como un pequeño volcán después de derramar. Después de la cebolla bañarse en caliente mezclamos todo en la fuente redonda de panza de útero. La sartén, aquella vieja y negra sartén recibió nuestra mezcolanza deseosa de alojar divina ternura de cebolla, patata y huevo. Se abrazaban como se abrazan las personas que se quieren. Cuajando.
Apenas un par de vueltas, la jugosa tortilla reposando en el plato de la taberna, aquel que me traje cuando dejé de ser pinche. Le introduje con mis dedos en su boca una revoltosa aceituna, sus labios cálidos y húmedos.
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