domingo, 27 de mayo de 2007

El hombre roto


El hombre roto

El hombre llevaba arrastrando su cuerpo en los últimos años, tal vez, le inundaba cierta melancolía, mucha música de ayer y el asombro de las últimas tecnologías. No comprendía la inquietud que producía tal dependencia de multitud de cachivaches, con pilas, con cables, con pantallitas, con sonidos extrañísimos, casi siempre multiplicadores y metálicos.
Aquella tarde de regreso de su paseo vespertino, inició la subida de la pendiente de su calle, vivía en una casa arriba del todo, donde terminaba la enorme subida, luego de subir en un cansino ascenso los ochentaysiete peldaños practicados en toda la calle, en tres entornos, dos a ambos lados , a modo de aceras y uno central mas ancho a modo de calzada, pero que, como eran peldaños, aunque mas suaves, no subía ningún vehículo del tipo standard, mas bien se utilizaba como rampa de urgencias, para algún enfermo, alguna mudanza, y para sacar el ataúd de la gente que , como era lógico en ésta vida, fenecía, haciéndolo de una forma a modo de último adiós a aquel vecino octogenario, que era tan amable y blandito como un niño o a cualquiera de los vecinos que decían el último adiós.
Al final de la calle, sin posibilidad de salida, se veía un enorme pino de muchos años, el cual daba sombra la jardín del convento, que cerraba esta callejuela, con un enorme enladrillado muro de algo mas de cinco metros, también se veían todo tipo de cables, telefónicos, de luz, de televisión, cruzando la calle a la altura de los tejados.

En un par de descansillos de la pesada subida, había unos bloques de hormigón a modo de asiento, dónde los castigados vecinos, descansaban con las bolsas de la compra, con los libros de estudio o sin nada en la manos, como era el caso del hombre roto, salvo una pesada y correosa carga de la vida en soledad. Al recostar muy despacio el cuerpo, inclinando las piernas despacio para evitar el dolor de riñones, en el segundo descansillo, percatose el hombre roto, de la ausencia de una de las partes de su cuerpo, vió como de la manga de su chaqueta, había un hueco oscuro, le faltaba la mano, entonces recordó repentinamente que cuando iba a la altura del escalón veinticinco mas o menos, había notado que algo se le caía , sin embargo no presto mucha atención, ya que en ese momento preciso, estaba recordando sus tiempos de antaño, cuando subía toda la cumbre de dos en dos escalones, cuando aún vivían sus padres y demás parientes, ahora ya era tarde…

Se le había echado el tiempo encima y estaba mas arriba de la mitad de la cuesta, sentando en el segundo asiento para tomar algo de aire, abanicándose con el sombrero, y sin nadie que apareciera para cogerle la mano, vislumbraba allí abajo, un pequeño objeto que hacia sombra al torrencial sol, en el lado derecho del callejón, se quedó unos instantes inmóvil, sin saber que hacer, si bajar de nuevo la pesada cuesta, si llamar en la puerta del damasquinador, con la consiguiente molestia para su apreciado vecino, o si seguir hacia arriba y dar la mano por perdida…, le agobiaba de tal forma , tal situación, que inconscientemente desconectó de todo de aquel mundo que le rodeaba, y se quedó pensativo con la mirada perdida, de esa guisa apreció como sus pies estaban del todo oxidados, con callosidades y hechos trizas, de aquellos zapatos cerrados aunque con rejilla, sopesaba tal disyuntiva, no sabiendo muy bien que rentabilidad le convenía en aquel momento, si bajar de nuevo, con el consiguiente cansancio, si llamar a alguien en aquel callejón desierto o si dar la mano por perdida. En ese devenir, salio un chico de una de las puertas de abajo, y al hombre roto, la garganta le espabiló: chicoooooo!!!! Vió desde arriba como el chico daba una patada a la mano, que en aquel momento parecía de goma, la carne no rezumaba sangre ni nada por el estilo, y la parte mas gruesa como que se volvió semirodante, los dedos estaban pegados, con lo cual no hacían impedimento de rodaje, el chico se lió a patadas con ella, y sin blusa de futbolista, sentía la emoción que siente el delantero cara a la puerta de gol. El hombre roto se apunto a aquella tendencia interior de renuncia, que en aquella ocasión le embargaba, no se dirigió mas al chico, no quería destruir aquel instante de dicha deportista del chaval, ni le apetecía volver sobre sus pasos en descenso, ni quería que nadie se enterara de aquella, su indecisión para reclamar lo que era suyo, le apetecía mas, sin embargo pasar inadvertido como todos aquellos años. El era totalmente consciente que el tiempo es inapelable y que cada instante está teñido de cada ocasión. Y ésta, ya había pasado, observó su muñón y no sangraba, ni dolía, ni sentía sentimiento alguno de vació, se apoyó con la mano en un extremo del poyete de descanso y empino su cuerpo para seguir ascendiendo.

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Puente de Toledo (Madrid) año Mari-Castaño
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