La Mudanza
Decidida la mudanza, desmontamos todos los muebles, la alacena, los colchones, los somieres, todas las pelusas escondidas en los más oscuros rincones salieron al paso de la luz, revoloteaban por el suelo, animadas y sonrientes.
Descolgamos los cuadros que me regalaron mis amigos y familiares, el bodegón de Chardín y las mujeres corriendo por la playa de Picasso, copia de mi madre.
Las ropas estaban en total desacuerdo de donde estaban, encima de las tazas de café en unos cajones en medio del pasillo.
Tomamos poco a poco todos y cada uno de los muebles para bajarlos por la escalera de madera. Los objetos más extraños venidos de las correrías de mis amigos estaban a la luz del día, desubicadas de sus alojamientos habituales, en las repisas de cristal.
Tomé mi pie y lo coloqué en la caja dónde decía material desechable. Mi brazo no estaba en el lugar que correspondía, en el cajón de las camisetas. Mi cara necesitaba una limpieza con agua y jabón, es por eso que decidí guardarla en el estante de la ropa de invierno.
Al llegar al nuevo apartamento, la colocación de los muebles en sus lugares habituales no cuadraba con las medidas de las paredes y los espacios de paso estaban más estrechos que en la casa de la calle Pensamiento. Sin embargo, pensé: me apañaré
Estaba agotado, así, en estas me tomé una ducha. Desenrosque la cabeza y la enjaboné en el barreñito azul, la dejé en remojo con un poco de lejía. Intenté averiguar dónde estaba la pasta de dientes, pero al abrir un par de cajas desistí del intento, no tenía la menor idea de donde podría estar. La bombilla del espejo de baño estaba mal porque se apagaba y encendía a su capricho, como tenía los pies mojados decidí no tocarla por no causar algún problema. Mientras me enjabonaba las piernas pensaba si la espalda estaba en la cocina o en el dormitorio principal, pero no recordaba bien. Ella siempre me demostró su independencia y libre albedrío, yo no tenía ningún derecho a pensar mal de Ella, así de simple descargué mi mala conciencia.
Para la noche todo estaba tomando color, el móvil estaba con su cargador, el especiero colgado en una reluciente alcayata, la radio amenizaba mi tiempo del inicio de mi nueva vida, en esa ocasión M80, mi radio afín. Comprobé que tenia tabaco suficiente para esa noche y para el inicio de la mañana. En el sofacito de mi preferencia de dos plazas, resultado de una de las donaciones de mi hermana, estaban todos los cojines y probé su confort. Estaba en un espacio nuevo, nuevos colores, nuevas ubicaciones y vistas, mis ojos reposaban junto con sus lentes en el cenicero plateado de Egypt, las fotos de mis hijas en mi guarida privada. En la mejor pared. Me levanté y al ver el dormitorio principal de repente observé que mi ánimo descendía al comprobar encima de la cama una montaña de ropas, de cds, de cajones llenos de los más variopintos objetos de decoración, de cocina y hasta mi intestino delgado, así como mis películas y mis libros, siempre mis libros, aquellos libros que siempre me han acompañado como hijos adoptados de un correccional. Mis viejos y nuevos libros, aquellos todos que me hacen desenfundarme y aviarme para mi penúltimo viaje.